Artículo publicado en la revista Hombre (2008)
Mientras el Cerro Uritorco desde hacía años era el centro de atracción de aquellos ansiosos en tener contactos cercanos con el tercer tipo, la ciudad de Victoria, en la provincia de Entre Ríos, retozaba su siesta eterna y pueblerina hasta que un experiencia ovni la despertó.
La historia tuvo lugar una noche helada de invierno en plena pampa húmeda, a fines de julio de 1991, en la estancia de María Judith Bebilacua –la señora del juez, como todos la conocen en Victoria-. Su fiel mucama fue la que avistó al ovni por primera vez. “¡Señora, señora, mire aquella luz tan especial! ¡Debe ser uno de esos ovnis que dicen!”, entró gritando al living de la casa. “¡Tenía una cara de susto! Yo salí a la galería pero no le creía nada. Por ese entonces para mi los ovnis eran cosa de locos”. Pero cuando la Bebi salió y pispeó el universo vio una luz colgada del cielo, sobre la quietud de la Laguna del Pescado, frente a su casa. “La luz no era ni blanca ni rosada, más bien indefinida. Nos quedamos las dos ahí quietitas, muertas de frío pero mirando a esa luz extraña. Luego de un tiempo la perdimos de vista”, recuerda hoy mientras se ajusta su coqueto pañuelo que envuelve su cuello e improvisa una escueta cara de preocupación.
Al día siguiente, sucedió lo mismo a la hora señalada. Eran las ocho y media de la noche y la luz prendía nuevamente sobre la laguna. “Tenía horario, puntual como los ingleses, me dije yo, y entonces decidí que había que tomar medidas y me fui para el pueblo a avisarle al periodismo”. Decidida, la mujer del juez –quién iba a dudar de la esposa del hombre que impartía verdad y justicia- fue a buscar a don Ramón Pereyra –reportero de la TV local- y le relató los acontecimientos extraños.
A la noche siguiente, Pereyra se presentó puntual en la estancia de la señora acompañado por un joven que oficiaba de camarógrafo. Ahí estaban los cuatro: la Bebi y su mucama, Pereyra y su fiel asistente, ocho ojos observando atentamente el anonimato del cielo y las estrellas. De repente, la mucama apunta al cielo y testifica: “¡La luz, la luz!”. “Esa noche era distinta a los otros días. Esta vez era un rojo furioso, la luz parecía viva”, comenta la señora. Entonces, le cedió unos binoculares al periodista buscando su aprobación. “Señora Bebi, tengo que informarle que eso es un platillo volador”, sostuvo Pereyra sin temer a perder el prestigio como hombre dedicado a informar nada más que la verdad. Mientras tanto, el camarógrafo registraba las inéditas imágenes que luego el viejo ATC transmitiría para todo el país.
Desde esa noche la estancia de la Bebi se transformó en el centro de avistamiento de ovnis de toda Victoria. Cada fin de semana autos, camionetas, tractores y vaqueanos a caballo empezaron a llegar, quizás anhelando que lo inmensurable y lo desconocido los aparte tan solo por un instante de la sórdida existencia que todos llevamos.
Contacto
En 1968, Silvia Pérez Simondini era una devota esposa y servil madre, siempre dispuesta para su marido petrolero y sus revoltosos hijos. Una tarde, Silvia y la vecindad de Caleta Olivia fueron testigos de la inmensidad de un platillo volador que eliminaba pequeñas naves espaciales desde su interior. Toda esta dantesca escena transcurrió sobre el techo de su casa. “Esta experiencia me marcó tanto que mi vida no podía continuar si yo no comenzaba a investigar a los ovnis”, reflexiona hoy. Cuando en 1991 vio por ATC la filmación de Victoria decidió ejecutar el plan que había pensado 23 años atrás. Le pidió el divorcio a su marido, abandonó el petit hotel de Villa Devoto y las comodidades de una señora bien de clase media alta por la nutria a la parrilla, el chajá al escabeche y algún que otro “ahí va la loca de los ovnis”. Es que creer tiene su precio.
Ya afincada en Victoria, Silvia fundó Visión Ovni –un equipo interdisciplinario de investigadores- y se dedicó a llevar turistas a los distintos puntos de avistamiento de luces raras, platillos voladores o sonidos extraños. Una noche de noviembre del mismo año acompañó a tres uruguayas al paraje que estaba detrás del hipódromo.
“Para mí esas tres estaban completamente locas –reflexiona hoy-. Se encerraban en una carpa a meditar durante horas y decían que se podían comunicar con el comandante de una nave espacial que volaba por la zona”. Cuando salieron de la carpa las tres mujeres les dijeron a Silvia y a su hija Andrea –fiel compañera y testigo de estos hechos- que se tenían que poner la mano sobre el corazón y repetir una oración exacta para que una nave y sus tripulantes desciendan sobre la tierra. “Están locas, mamá. Vayámonos, por favor”, le decía Andrea a su madre mientras la arrastraba con una mano. “Si bien yo no les creía porque sólo me interesa lo que se puede comprobar, decidí quedarme”.
Eran las dos de la madrugada de una noche oscura y cerrada. Las cinco mujeres, rígidas mirando hacia el horizonte. Silvia –esta vez la escéptica, la que tildaba de loco al otro- ya se estaba por ir cuando de la hilera de ombúes frente a ellos salió un gran rayo de luz que iluminó al árbol que tenían a su lado. Segundos después: el rayo se apaga y con él todas las luces de la ciudad. Un minuto después: “Por detrás de la arboleda apareció una nave espacial, con forma de círculo y unos 50 metros de diámetro, que desprendía rayos celestes y azules”. Pero eso no fue todo. En realidad, eso, no fue nada. A través de unos binoculares vio a dos seres que se bajaron de la nave. Todas las luces se apagaron y ahí sí Silvia Pérez Simondini pudo ver por primera vez lo que estuvo esperando toda su vida: extraterrestres. “Eran como los de la película Cocoon, seres llenos de energía, con forma humana e irradiando mucha luz”, cuenta ella cuando se le pide que los describa.
Minutos después la nave se esfumó –los extraterrestres también- y Silvia y Andrea se abrazaron y gritaron y saltaron de alegría.
El auto fantasma y los minutos faltantes
A Silvia le encanta hablar. Ahora está sentada en el medio de su museo, enfundada en un saco sin mangas con la inscripción “Visión Ovni” y un sonriente alienígena que mira de frente. Si pudiera, recorrería el mundo entero relatando sus experiencias paranormales. Tienen millones para narrar. Sin embargo, hay un relato que ella calla, que muy pocas veces se atreve a enunciar.
Esa noche no estaba sentada en la quietud del museo, sino dentro de su coche -un Peugeot 504 azul oscuro- con su hija, su madre y Ricardo Guzmán, un compañero de aventuras que en 1985 había sido uno de los primeros victorianos en ver un ovni. Estaban los cuatro dentro del auto mirando hacia el cielo. Ingenuos e inocentes como siempre –dos cualidades esenciales para un investigador- acechaban el universo, esperaban alguna luz, alguna señal, quizá un nuevo platillo volador. Pero no se encontraron nada de eso. De repente, detrás suyo distinguieron un auto con la trompa mirando hacia ellos. Pero este vehículo tenía dos particularidades. Primera: no se entendía cómo había llegado ahí ya que no tenía espacio para pasar. Los árboles, las ramas y la sinuosidad del camino hacían que sea imposible que un auto se desplace hasta ahí. Segunda: ese auto no era un auto cualquiera. “Era nuestro Peugeot 504 color azul oscuro, exactamente igual –afirma Silvia buscando las palabras precisas para que su relato sea lo más veraz posible-. El mismo tapizado, las mismas calcomanías sobre el parabrisas, hasta los más pequeños detalles. Las únicas diferencias eran que no tenía patente y que estaba vacío. No había nadie adentro”.
Un profundo terror helado se apoderó del grupo. “Fue la única vez en mi vida que sentí miedo a partir de estas experiencias, porque a los pocos segundos los cuatro nos quedamos dormidos. Lo último que recuerdo es haber visto la hora. Eran la una de la mañana exacta. No sé qué pasó”.
La madre de Silvia la despertó sacudiéndola y gritándole “¡Las luces de la toda la ciudad están apagadas!”. Se levantó, miró hacia atrás –el auto se había desvanecido- y verificó la hora: la aguja de las horas estaba en el 1 y la de los minutos en el 35. Silvia dice que perdió casi media hora de su vida, que le faltan esos 35 minutos, que no sabe qué pasó en ese lapso de tiempo. Pero sí ostenta una teoría: “Estoy segura que fuimos abducidos. Pero no sé lo que pasó, lo que hicieron con nosotros. Hay psiquiatras que me quieren hacer una regresión hipnótica pero yo no quiero, prefiero no saber”, concluye y pienso que claro, que lo desconocido es más seductor que lo conocido.
Animales sin ojos, sin orejas, sin penes.
Si bien Entre Ríos es una de las zonas donde más aparecen vacas o caballos o gallinas mutiladas, con los ojos o la quijada o las patas cercenadas, ningún vaqueano se atreve hablar del tema. “Hacé una cosa. Andá a Rosario. Ahí pasó algo muy especial: apareció una oveja mutilada y como en toda mutilación no hay rastros de sangre y los cortes son perfectos, como si se hubiesen hecho con la astucia de un bisturí. Pero hay dos cosas que llaman enormemente la atención: esto pasó en plena ciudad y al lado del cadáver hallaron una huella muy extraña”, me recomienda Silvia y yo me voy y ella se queda en su museo, con sus partes de ovnis (pequeñas, muy frías y livianas), sus meteoritos (pesados y ásperos) y sus fotos como pruebas invaluables (luces, seres, cosas).
Cruzando el puente que une Victoria con Rosario están Juan Carlos Gauna y Elías Kolev. Son los integrantes rosarinos de Visión Ovni, encargados de la investigación del misterio de la oveja mutilada. Tres meses atrás, luego de concluir una de las tantas conferencias que dan en la ciudad, Elías sintió un golpecito en el hombro. Se dio vuelta y un tal Claudio M. le relató la siguiente historia:
“El 23 de marzo de este año, pocos minutos antes de las 20 hs., cerca de concluir mi trabajo como seguridad en una empresa dedicada a la construcción de barcazas, a la vera del río Saladillo, veo a una sombra extraña que se proyecta frente a mí, por el otro lado de la ventana. Salgo a verificar si había alguien, pero no, no había nadie ni nada. Me voy y le dejo el puesto a mi reemplazante, quien cuando retorno, a las 6 a.m., era víctima de un ataque de pánico”.
Entonces, su compañero le relata a Claudio M. la siguiente historia, que podríamos resumir de esta manera: esta segunda persona no sólo ve dos veces a la misteriosa sombra sino que también escucha –o piensa que escucha- unos susurros que le ordenan “matate, matate”. El hombre obedece y se pone su pistola en la sien, listo para cumplir y volarse la tapa de los sesos. Pero justo llega su mujer, le arrebata el arma e impide el suicidio inducido. “Esto seguramente fue para despistar al sereno y agarrar a la oveja sin ser vistos”, deduce Elías.
Claudio M. despide a su amigo y se queda sólo cuidando esos galpones inmensos, con el río revuelto como único testigo. Cuando llegan las primeras luces de la mañana, a su vez aparece la resolución de esta historia: la oveja del lugar no estaba viva sino que estaba muerta. “Le faltaban el labio y los dientes superiores frontales. La totalidad del ojo y de la pata derecha delantera. Por último, le faltaba la tetilla derecha trasera y… su ano”, relató minuciosamente el testigo a los investigadores de Visión Ovni.
Todo exactamente igual a los otros cuatro mil casos de mutilaciones de animales denunciados en la Argentina. “Tampoco había rastros de pelea ni de resistencia ni sangre en los alrededores. Nuestra hipótesis es que a los animales los chupa un platillo volador, los mutilan dentro de las naves y luego los depositan sobre la tierra. Por eso no hay rastros”, agrega Juan Carlos y me muestra fotos de ganado pendiendo de los árboles, recalcando su teoría sobre las volátiles mutilaciones.
Pero esta mutilación no sería una más para Silvia Simondini y sus colaboradores rosarinos. Al lado del cadáver, Claudio M. encontró y fotografió una extraña huella de un animal desconocido para él. El equipo de Visión Ovni mandó a analizar las fotos científicamente. Dicho informe concluyó lo siguiente:
“Estas huellas son de aproximadamente 15 cm., tienen una base de apoyo trasera y la parte delantera consta de tres dedos terminados en uñas o garras. A su vez, no se percibe la parte media de la pisada. La distancia entre cada huella es de 50 cm. aproximadamente. Luego del análisis correspondiente, se puede determinar que quien dejó estos rastros caminaba erguido y tendría entre 1,80 a 2 metros de altura”.
“Este ser sería similar a un muñeco que me mandaron investigadores privados de Estados Unidos. Es un reptiloide, un ser anfibio, igual al ET que aparece en la película Señales, en la que actúa Mel Gibson”, sostuvo antes Silvia, aún en su museo.
“¿A qué se deben estas y otras mutilaciones? ¿Qué están buscando quiénes sean que las están realizando?”. Kolev y Gauna, si bien aclaran que toda respuesta pertenece al mundo hipotético, tienen una teoría para compartir: “Algunas corrientes sostienen que los “grises” –los típicos hombrecitos raquíticos, cabezones y de ojos saltones que aparecen en las películas estarían, junto a los reptiloides, creando una raza híbrida. Muchos testigos que los vieron dicen precisamente que los grises no poseen órganos sexuales. Por eso a los animales les mutilan las ubres, los genitales y la mayoría de los sentidos, bocas, ojos y demás.
Silvia, Juan Carlos y Elías están muy entusiasmados con este nuevo caso porque las huellas quizá les permitan alcanzar la verdad que está ahí afuera pero que a su vez es escurridiza. Pero a Elías hay algo que lo tiene preocupado: “Antes pasaba en el medio del campo, allá lejos. Ahora estos seres están actuando en plena ciudad y nos les importa dejar rastros”.
Final
Hace un rato recibí un e-mail:
Estimado Pablo, te informamos que una señora embarazada encontró a su perro muerto y mutilado en el techo de su casa, acá en Rosario. Como te imaginarás, no hay rastros de sangre y le faltan sus órganos genitales. Además, nos avisaron que una chancha apareció mutilada en una chacra de La Pampa. Al lado del cadáver estaban las huellas ahora conocidas por nosotros: tres dedos terminados en uñas o garras.
Saludos.
Equipo de Investigación de Visión Ovni.
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